[Abierto] Paseo en una tarde de verano

Meimei salió a recorrer la isla en la que vivía. La verdad es que a veces se aburría un poco de su rutina diaria, todo el día encerrada sin hacer nada. Su hermano mayor a veces la venía a visitar, y aunque ella no aceptaría que esas repentinas visitas le alegraban el día, lo extrañaba un poco. Solo un poco.

Caminó hacia una playa cercana a uno de los puertos. Desde ahí podía ver el ajetreo de los barcos que iban y venían desde su isla a otras partes del globo, lugares que ella sólo conocía de nombre. A veces le gustaría salir a explorar el mundo del que solían contarle los viajeros que paraban en sus costas para hacerse de provisiones. Se sentó en una de las rocas de la playa.

Sí, eran muchos los países que habían pasado por su casa, varios intentando conquistarla, pero la sombra de Yao era más fuerte. ¿Cuándo sería el día en que ella también pudiera tratar con el resto del mundo? Si, ella no era oficialmente un país, de hecho era sólo una isla pequeña de un imperio en manos de otro, pero esa explicación no le bastaba. Alzó la mirada hacia el mar, y todo lo que había más allá de éste, soñando con que era una joven señorita en un viaje de placer...

Se levantó de su roca y comenzó a caminar lentamente por la arena, casi en una danza con el viento. Fue entonces cuando, al detenerse un momento, pudo escuchar el sonido de la arena crujiendo bajo otro par de pies, no los de ella. Se volteó para ver al recién llegado

- Buenas tardes - dijo cordial

Había perdido su libertada amanos de aquel ser que ella misma había derrotado cuando ambos eran apenas unos pequeños estados, la vida se había burlado de su propio destino, después de haberse liberado de los turcos, serían los austriacos quienes harían ver su suerte y obligados a permancer bajo su propia tutela.

Deseaba siemplemente explorar aquel ancho mundo, no regresar aquella realidad de dominación que le estaba matando su propio corazón, se encontraba en aquella pequeña isla, sabiendo que no puede permancer mucho en aquel lugar o Austria se molestaria.

-Buenas tardes.-responde el saludo.

Meimei vió a sus espaldas a una mujer desconocida. A primera vista se podía ver que era una extranjera, tanto por su vestido, que diferia completamente de los que se acostumbraba a usar en la isla, como por sus rasgos, claramente europeos. No se trataba de una mercader, eso era seguro, tendría que ser una visitante. A pesar de que Formosa era más que nada un centro de comercio, había gente que solía venir en calidad de turista. Precisamente eran esas personas con las que Taiwán le gustaba hablar acerca del resto del mundo.

Sin embargo, había algo extraño con esa mujer. Era una sensación extraña, la misma que tenía con Yao, Kiku y con el resto de su "familia" asiática... al menos los que conocía. La recién llegada era como ella misma: un país. O al menos eso suponía. Meimei quiso asegurarse.

- Usted también es un país, cierto? - preguntó, ya girándose totalmente en su dirección.

Hasta ese momento se percato que la otra era igual a ella, estaba tan metida en su propio mundo que le costaba trabajo ser capaz de reconocer a su igual, así que la observó detenidamente a la otra mujer, sus rasgos le recordaban a otros que al igual que ella tenían forma humana en esos momentos, era su manera de convivir con su gente, luchar a su lado aquellas guerras crueles y obtener para ellos mismos mejores condiciones de vida, aunque constara sangre y esfuerzo. Una sincera sonrisa se posó en sus labios.

Caminar descalza por la playa era un placer, la suave brisa del mar sobre su rostro, parecía que hacia que todos sus problemas se le olvidasen, como si fuera un castillo magico que le había permitido permanecer en el, al escuchar la pregunta supuso que la otra con solo verla se había imaginado quien era.

-Si, soy Hungría país bajo la casa Austriaca, ¿Tu eres Taiwan?-preguntó lo que era obvio pero deseaba conformarlo.

Meimei levantó un poco las cejas en señal de asombro. Eran muy pocas personas quienes la conocían por su nombre en chino: Taiwán. La mayoría de la gente que venía a visitarla la trataban de Formosa o Isla Hermosa, los nombres con que otros países la habían bautizado al descubrirla. Sonrió. La mujer ante ella no era cualquiera.

Hungría. Sus conocimientos de geografía no eran muy grandes, y sólo sabía de ella que era un país europeo, sometido al dominio del Imperio Austríaco. Ella comprendía muy bien que era lo que se sentía estar semejante situación. Era lo mismo con ella, bajo el cuidado de su hermano Yao.

- Sí, lo soy - aceptó cordial. A ella le encantaba tratar con gente extranjera. Apoyándose en la roca en la que se había sentado antes, preguntó - ¿Qué le trae por aquí, Hungría-san?

Una sutil sonrisa se posó en sus labios, la joven que personificaba aquel lugar era muy agradable y bella como lo es la isla, estaba segura de que pasaría un rato agradable a su lado, acomodo uno de los cabellos le se le habían soltado de aquel moño, se inclina para despojarse de sus zapatos y poder tocar la arena con sus pies, la cual le produjo una sensación relajante.

-A despejar mi mente y este lugar me ha parecido el más propicio para hacerlo.-le responde de manera pausada, tranquila.-Espero que no le moleste mi estancia.

Hablaba con bastante familiaria forma parte de su personalidad esto, esperaba que a la otra no le molestara ese tono.

-Me gustaría que pudieramos ser amigas.-le expresa.

- Para nada, Hungría-san - contestó la asiática. Meimei también quiso desprenderse de sus sandalias y tocar la arena con sus pies libres, pero sabía bien que no podía hacerlo. Tenía que respetar las costumbres de su pueblo (y las que le imponía Yao), aunque para ella eso no era más que un suplicio. Al menos tenía la esperanza de que no llegaría a los extremos que solía ver en las mujeres mayores. Alejó sus pensamientos de aquel asunto - Siempre es bien recibida una visita, más aún si viene de un lugar tan lejano como Europa.

Al escuchar el comentario de la occidental, no puedo menos que alegrarse por éste. Siempre había deseado una amiga de algún lugar lejano, más aún si era un país. La realidad era que siempre se sentía muy sola en su pequeña isla, sin recibir más visitas que los mercaderes y Yao.

- A mí también me gustaría - comentó Taiwán, un tanto distraída

El escuchar que era bien recibida era algo que le agradó, un extraño placer recorría su cuerpo, era la sensación de plaz que el mar le daba, estaba segura no antes haberla sentidó o por lo menos no recordarla, los años hacían olvidar las mejores cosas de la vida, que eran todo lo sencillo, como caminar, respirar, ver a tu gente sonriendo o esforzarte día a día, pero al parecer las guerras se lo llevaron todo.

-Se puede tocar el cielo estando en este lugar, da tanta paz y tranquilidad, que me gustaría quedarme por siempre.-Le dice a la joven personificación de la Isla una joven muy amable.

-¿Por qué no te quitas las sandalías? Así podemos caminar sobre la area y sentirla, solamente estamos las dos y somos amigas, creo que podemos tener esa confianza.-dice

Escuchó a su nueva amiga, realmente le alegraba la impresión que tenía de su pequeña isla. La verdad es que ella estaba muy orgullosa de ella y su gente, si bien rebeldes, esforzados y valientes. Sabía que con ellos, algún día sería más que sólo una isla de paso para el comercio.

La pregunta de Hungría la devolvió a la realidad. Lo cierto es que deseaba poder sentir la arena bajo sus pies libres, pero no podía. Realmente, esa era una regla que iba más allá de cualquier cosa

- Es... complicado - dijo Taiwán, intentando mantener la sonrisa que comenzaba a vacilar. Hablar de ello no era fácil, menos ante alguien que, si bien ya tenía confianza, no dejaba de lado el hecho de ser extranjera. Ella no conocía esa vieja costumbre. Suspiró y buscó por donde empezar.

Siempre fue libre, como el alma del caballo que corre libre por el campo sin jinete, disfrutando se su carrera, de aquella brisa que golpea sus mejillas, de beber agua del mantial, no aferrarse a nada más que su propia libertad que era lo más valioso que poseía, apesar de haber resistid aquellos ataques en su contra tuvo que caer contra Austria, no había quien en su pueblo no quisiera aliarse con el naciente imperio o quien deseara desafiarlo.

Todos se habían vuelto unos cobardes, no eran como Matias el mejor rey que goberno Hungría, ese hombre que tantas glorias le dio a su pueblo y supo amarlos como nadie, a él le entregó su corazón su mismo ser, todo lo que ella había poseído, derrotó a los turcos, mantuvo controlados a los que osaban molestar a su gente, esa época de explendor termino cuando él murió. Su realidad era tan diferente en aquellos momentos, no desaprovecharía aquella oportunidad para divertirse, para disfrutar.

-Dime tenemos tiempo de sobra.-le responde tratando de darle confianza, para que hablará.

La sonrisa cordial que caracterizaba a Taiwán, aquella que acostumbraba dedicar a todos los que visitaban su isla, se habia esfumado y dió paso a la preocupación. Buscó en su mente una forma de explicarlo para que Hungría la entendiese, una forma en la que no derramara ninguna lágrima, o al menos no a la mitad de la historia. Entonces recordó aquellas viejas leyendas que Yao solía contarle cuando era una pequeña niña. Los tiempos en que esos relatos se quedaban ahí, sin pasar hacia la realidad en que ella vivía. Y precisamente, la leyenda que hablaba sobre su condición... Los Pies de Loto Dorado. Mordió su labio inferior, eso no era fácil. Pero tomó una gran bocanada de aire antes de comenzar a narrar, con voz suave y apenada

- Verás... hubo una vez una hermosa concubina con una habilidad como bailarina única en todo el reino. Esta chica fue a bailar al palacio, dejando a todos los presentes asombrados con la belleza de sus pasos y gracilidad de sus movimientos, los que sólo se comparaban con la flor del loto. El secreto de su arte consistía en sus pies, pequeños y arqueados, los que vendaba y cuidaba con esmero para mantenerlos de ese modo... Eso es lo que dice la leyenda - hizo un alto en su relato, preparándose para la parte más dolorosa, la que unía aquella leyenda con su propia vida.


User: Perdón por la demora en la respuesta n.nUU la escuela me tenía ocupada

Se sentó sobre la arena sin cuidado alguno ensuciado su ropa, la libertad que sentía en esos momentos era tan única, ella frente al mar perdiéndose en su inmensiadad, nunca había sido la representación de la feminidad ni algo por el estilo, las armas la habían separado de eso, lo que cultivaron fue un alma de guerra, la cual solamente importaba su gente. El rostro de su compañera había cambiado entendió o por lo menos lo intentaba entender a traves de esa historia su manera de comportarse, enterro sus dedos en la arena, las olas más fuertes se perdian en la piedras, ¿Qué escondia detras de esos hermosos ojos? Que son el espejo del alma.

-Vaya... entonces por eso es tan grave que las mujeres descuiden sus pies.-se sintió un poco boba haciendo ese analisis ante lo obvio, trato de dar una sonrisa calida no sabía si lo pudo hacer o no, pero quería conocerla más, revelar un poco del misterio de aquella joven personificación de la Isla.- Es muy difente las culturas.

Guardo silencio unos segundos, para después hablar de nuevo.

-Perdona por interrumpirte...¿podrías continuar con el relato?Si no te molesta.-dice

La otra nación esbozó una sonrisa cálida, la que Meimei agradeció en el fondo de su alma. Contar cosas como estas no eran fáciles. No se imaginaba cuanto lo necesitaba... Ante la petición de su nueva amiga, decidió seguir adelante.

- Por esta leyenda, el pueblo adoptó poco a poco la costumbre de vendar los pies a las jóvenes cuando eran pequeñas, a fin de que éstas pudieran imitar algún día a la bailarina del palacio. Los pies pequeños son considerados una muestra de nobleza, es una deshonra para una familia el que no se haya cuidado de los pies de su hija, al igual que el hecho de que éstos sean expuestos a los ojos de alguien - Inhaló profundamente. Venía lo peor. El sólo hecho de recordar esa época de su existencia hacía que de sus ojos brotaran lágrimas - Sin embargo... el tratamiento es increíblemente doloroso. Los huesos de los pies se quiebran y se recogen con las vendas, lo más apretadas posible. El sólo hecho de mantenerte de pie es un suplicio, qué decir de caminar... Incluso después de años, el dolor sigue ahí, sin que se pueda hacer nada por remediarlo...

En el momento de la pausa se preguntaba ella misma, ¿Qué tan dolorosa sería su historia? ¿Qué se escondería detrás de ese hermoso rostro? Estaba envuelta en un misterio aquella joven, sabía de que cada pueblo tenía sus propias leyendas y costumbres, pero demasiadas preguntas inundaban su cabeza, ¿Qué tan diferentes serían? Las primera parte de la historia sonaba como un cuento de hadas. Permaneció callada y escuchando atentamente la historia, que se tornaba cada vez más con un cuento de horror, que erizaba su piel.

-Fuiste somentida a ese tratamiento...por eso te es imposible.-al ver brotar aquellas lágrimas, su corazón se sintió tocado por el de ella.-El dolor es tan grande, eres demasiado fuerte Meimei por que apesar de lo que sufriste aun posees esa hermosa sonrisa.

Ya... ya era suficiente. Ella no podía contener las lágrimas por más tiempo. Eran años y años escondiendo todo eso detrás de su máscara de sonrisas. Realmente agradecía que al fin hubiera alguien que la escuchara, pues no podía sincerarse como una persona normal. Ella no podía criticar las costumbres de su pueblo, sus propias costumbres, a pesar de que había sufrido en carne propia el dolor que éstas significaban. El comentario de la europea la sorprendió...

- Sí... es por eso - contestó con su voz rota. Contuvo un hipido e intentó seguir - Pero yo no creo ser una nación fuerte, mucho menos una persona fuerte. Sólo oculto dentro de mí esto, al igual que muchas otras mujeres lo han hecho a lo largo de su vida... Aún así - La asiática no pudo no sonreír, esta vez con sinceridad - No sabes cuánto te agradezco que me hayas escuchado, Hungría-san

Aunque ella no lo sintisera era muy fuerte, era la personificación de lo que significaba serlo y soportar las adversidades, por que ella había sacrificado su propia felicidad por hacer feliz a los demás, observó aquel joven rostro que apesar de las situaciones que vivía era tan hermoso con una bella flor, que sería aun más bello con el pasar de los años por que aprendería y maduraría convirtiéndose en la isla más hermosa de Asia.

-La fortalece no siempre es pelear aguerridamente contra otros, o estar siempre a la denfensiva.-hace una pausa entre sus palabras para tomar un poco de aire profundo, aquel sol reflejaba algunas luces en el cabello de la otra.- Tu belleza radica en ser alguien capaz de enfretar todo lo que se le ponga enfrente y aun así ser muy dulce.

-Eres mi amiga Meimei y las amigas se apoyan entre ellas.-le responde